Stop dietas restrictivas
Se acerca el 7 de enero, día en que en España termina oficialmente la Navidad. Probablemente la frase más escuchada este día sea “¡que comiencen los juegos del hambre!” Aunque sea a modo de broma… no. El inicio del año nuevo, cargado de culpabilidad y propósitos formulados de forma poco ajustada a nuestra realidad va seguido de un periodo de estricta dieta restrictiva y planes “détox”.
Objetivo: establecer una relación saludable con la comida y nuestro cuerpo
La palabra dieta se ha desvirtuado de su significado original. Si buscamos en la RAE, fijaos en las acepciones:
1. Régimen que se manda observar a los enfermos o convalecientes en el comer y beber, y, por extensión, esta comida y bebida.
2. Conjunto de sustancias que regularmente se ingieren como alimento.
3. Privación completa de comer.
La primera acepción hace referencia a una dieta para personas enfermas, por lo que, de por sí, hacer dieta significa que nuestro cuerpo está mal, que estamos enfermos, que el sobrepeso es una enfermedad. La acepción número 3 incluye un concepto muy potente: "privación completa”. Nos privamos de algo que, en otras ocasiones, disfrutaríamos. Ojo, una privación siempre conlleva un aumento del deseo por el objeto privado.
La acepción número 2, es la acepción que me gustaría considerar aquí para definir el futuro de nuestra relación con la comida: la dieta es el conjunto de alimentos que ingerimos con regularidad, y debe incluir todo tipo de alimentos para nutrir a nuestro cuerpo de forma saludable manteniendo un balance.
Las investigaciones científicas (y, seguramente, todos podemos corroborar estos resultados desde nuestra propia experiencia) nos enseñan que la restricción en el consumo de alimentos, la dieta autoimpuesta y el hambre tienen consecuencias negativas, como posteriores atracones una vez que la comida vuelve a estar disponible, manifestaciones psicológicas como preocupación constante en torno a la comida, emociones incrementadas, malestar, irritabilidad, etc. Comenzar una dieta restrictiva tiene, entre otras, las siguientes consecuencias psicológicas:
- Los días antes, nos da “permiso” para abusar de ciertos alimentos y/o cantidades, sin escuchar ni cuidar a nuestro cuerpo (“total, el día 7 voy a empezar la dieta”).
- Nos genera pensamientos rumiantes en torno a la comida, ya que es un “elemento prohibido” (¿has probado alguna vez lo de “no pienses en elefantes rosas”? Pues lo mismo, pero con la comida).
- Si rompemos la restricción, genera un sentimiento de desesperanza que hace aumentar el consumo (“bah, ya la he fastidiado, así que da igual”) y un posterior sentimiento de culpabilidad (“otra vez la he fastidiado…no me puedo contener”).
- Aporta un valor moral negativo a la comida: la comida es alimento, y por supuesto nos hace disfrutar. Cuando decimos que un alimento es bueno o malo, estamos asignándole un valor moral, estamos juzgando esos alimentos, lo que convierte una acción imprescindible para el ser humano como alimentarse en una acción que nos define como personas. Por supuesto hay alimentos más sanos que otros, pero eso no lo convierte en un alimento “malo”, ni a nosotros en personas “malas” por consumirlo.
- Al llevar un déficit calórico a lo largo del día, puede causar ansiedad por querer consumir alimentos calóricos, para compensar el déficit, aumentando así nuestra hambre emocional.
- Además, la restricción de alimentos altera la percepción de las sensaciones de nuestro cuerpo, al no responder a sus señales de hambre y saciedad (no comemos cuando tenemos hambre y dejamos de comer aunque no estemos saciados).
Cuando dejas de restringir, además de recuperar las señales naturales de tu cuerpo (empiezas a escuchar de nuevo qué necesita tu cuerpo, cuándo está saciado, cuándo necesita más de lo que le das), dejarás de pensar 24/7 sobre comida y dejarás de sentir culpabilidad, por lo que tu relación con tu propio cuerpo también mejorará.
Así que, en lugar de plantarse en el supermercado con un carrito lleno de productos light, vamos a intentar otra cosa: tener una relación saludable con nuestra comida y nuestro cuerpo. Para ello:
1. Deja de pesarte. La balanza no indica nada sobre tu estado de salud (y por supuesto, nada sobre ti como ser humano).
2. Prioriza tu salud: toma alimentos buenos para ti, pero no tienes que comer brócoli si no te gusta, encuentra qué alimentos son los que te hacen feliz.
3. Elimina las cuentas de redes sociales que te hacen sentir culpable. Quizás podrías pasearte por las cuentas que sigues en Instagram y detenerte unos segundos a pensar: “¿qué mensaje me manda esta cuenta?”, ¿cómo me siento al respecto?”, “¿me han ayudado sus publicaciones en el pasado?”.
4. Lleva una dieta inclusiva. Eso también incluye el pastel que te tomas para merendar en casa de tu abuela porque lo ha comprado pensando en ti. La comida es también un lazo social con las personas a las que queremos.
Por último, si crees que tienes problemas con la alimentación o te gustaría mejorar tu relación con la comida y tu cuerpo, acude a un profesional especializado.